viernes, 16 de agosto de 2019

LA BRUJA BABA YAGA Y LA HUÉRFANA [Cuento folclórico ruso]


Primero una descripción de quien es Baba Yaga, y luego el cuento.
Baba Yaga es un personaje del folclore ruso y su leyenda es una auténtica historia de terror que se remonta a la época en la que todavía se creía en los antiguos dioses eslavos. Los textos dicen que Baba Yaga era una ancestral diosa de la tierra que perdió su lugar tras la ascensión de otras deidades Rusas, pero su misión va más allá de la de asustar a los niños: es la encargada de proteger la frontera entre el mundo de los mortales y el de los espíritus y gobierna sobre los elementos de la tierra.

También tiene a su servicio al Jinete Blanco, el Caballero Rojo y el Jinete Negro, los encargados de controlar el día, el atardecer y la noche, respectivamente. Además, sobre este personaje recae la tarea de transmitir sus conocimientos de magia y hechicería a las demás mujeres de su rango, poderes que se transmitían de madres a hijas.
La bruja Baba Yaga tiene el aspecto de una anciana alta, arrugada y desnutrida, con las manos huesudas y la cara alargada. Tiene unos dientes afilados hechos de acero para desgarrar la carne más dura, y una puntiaguda nariz azulada que le permite oler a sus presas por el miedo.
Viste ropas hechas con pieles y huesos de animales, que decora con calaveras de sus víctimas. Y su largo y fino cabello blanco parece flotar en el aire, dándole una espectral apariencia que aterroriza hasta los caballeros más valientes.

Las historias cuentan que la bruja, apodada “pata de hueso”, tiene una personalidad retorcida y se alimenta de niños y caballeros que se pierden en el bosque o bien de los que, creyendo que son dignos de conseguir sus favores, se atreven a aventurarse en su busca. Vaga por los fríos bosques buscando víctimas, montada en un cubo y remando el aire. A su paso, los árboles crujen anticipando su llegada, ya que siempre la acompaña un fuerte vendaval y la lluvia y la niebla caen para ocultar su presencia. Como maestra de las artes oscuras, Baba Yaga manipula la naturaleza para emboscar a sus presas y herirlas letalmente, mordiéndoles el cuello y desgarrando piel, carne y hueso con sus dientes afilados.

Se dice que es la abuela del propio diablo y, aunque su crueldad sea mortal, no es del todo malvada: detesta a los cobardes y aprecia la valentía, exige respeto y obediencia en todo lo que ella diga o haga, y puede usar sus conocimientos para aconsejar y hacer regalos mágicos a las personas valientes que poseen un corazón puro. Ella todo lo sabe, todo lo ve y todo lo revela a aquellos que se atreven a preguntar. Cada vez que la bruja responde a una pregunta envejece un año, y para rejuvenecerse bebe un té hecho de unas extrañas rosas de color azul. Baba Yaga recompensa generosamente a aquellos que le traen de estas flores.

El hogar de la bruja Baba Yaga está oculto en la profundidad del bosque, en los límites del mundo mortal. Su casa es de madera y su base se apoya sobre dos enormes patas de gallo, que le sirven para transportarla por toda Rusia. Una valla de huesos la rodea, advirtiendo del territorio embrujado, y su puerta de entrada es invisible por lo que solo con un santo y seña se puede acceder a ella. “Casita, casita, da la espalda al bosque y gira hacia mí“  recita Baba Yaga para entrar en su hogar.

Las despensas siempre están llenas de carne y vino, sus sirvientes son un gato negro que habla y unas manos espectrales. La decoración es muy siniestra: usa calaveras de niños con velas en su interior para iluminar la estancia, ya que depende la fabula, se cuenta, que la casa no posee ventanas.

Las fábulas también cuentan que la casa guarda la entrada secreta a un submundo bajo tierra, dónde la bruja tiene más poder y se hace invencible. Allí prepara sus pociones mágicas y objetos místicos, como su alfombra voladora, un garrote que convierte todo lo que golpea en roca o el elixir que usa para convertirse en una bella y joven doncella y así engañar a los hombres antes de comérselos.

Todas estas historias se saben por los supervivientes que han logrado escapar de las garras de esta bruja, engañando a sus sirvientes o ganándola en el duelo de preguntas. Esto muestra que Baba Yaga no está muy pendiente de sus víctimas y que a veces sólo las caza por la diversión de torturarlas.

CUENTO :(Alekandr Nikoalevich Afanasiev')

Vivía en otros tiempos un comerciante con su mujer; un día ésta se murió, dejándole una hija. Al poco tiempo el viudo se casó con otra mujer, que, envidiosa de su hijastra, la maltrataba y buscaba el modo de librarse de ella.

Aprovechando la ocasión de que el padre tuvo que hacer un viaje, la madrastra le dijo a la muchacha:

—Ve a ver a mi hermana y pídele que te dé una aguja y un poco de hilo para que te cosa una camisa.

La hermana de la madrastra era una bruja, y como la muchacha era lista, decidió ir primero a pedir consejo a otra tía suya, hermana de su padre.

—Buenos días, tiíta.
—Muy buenos, sobrina querida. ¿A qué vienes?
—Mi madrastra me ha dicho que vaya a pedir a su hermana una aguja e hilo, para que me cosa una camisa.
—Acuérdate bien —le dijo entonces la tía— de que un álamo blanco querrá arañarte la cara: tú átale las ramas con una cinta. Las puertas de una cancela rechinarán y se cerrarán con estrépito para no dejarte pasar; tú úntale los goznes con aceite. Los perros te querrán despedazar; tírales un poco de pan. Un gato feroz estará encargado de arañarte y sacarte los ojos; dale un pedazo de jamón.
La chica se despidió, cogió un poco de pan, aceite y jamón y una cinta, se puso a andar en busca de la bruja y finalmente llegó.

Entró en la cabaña, en la cual estaba sentada la bruja Baba Yaga sobre sus piernas huesosas, ocupada en tejer.
—Buenos días, tía.
—¿A qué vienes, sobrina?
—Mi madre me ha mandado que venga a pedirte una aguja e hilo para coserme una camisa.
—Está bien. En tanto que lo busco, siéntate y ponte a tejer.
Mientras la sobrina estaba tejiendo, la bruja salió de la habitación, llamó a su criada y le dijo:
—Date prisa, calienta el baño y lava bien a mi sobrina, porque me la voy a comer.
La pobre muchacha se quedó medio muerta de miedo, y cuando la bruja se marchó, dijo a la criada:
—No quemes mucha leña, querida; mejor es que eches agua al fuego y lleves el agua al baño con un colador.
Y diciéndole esto, le regaló un pañuelo.

Baba Yaga, impaciente, se acercó a la ventana donde trabajaba la chica y le preguntó a ésta:
—¿Estás tejiendo, sobrinita?
—Sí, tiíta, estoy trabajando.

La bruja se alejó de la cabaña, y la muchacha, aprovechando aquel momento, le dio al gato un pedazo de jamón y le preguntó cómo podría escaparse de allí. El gato le dijo:
—Sobre la mesa hay una toalla y un peine: cógelos y echa a correr lo más de prisa que puedas, porque la bruja Baba Yaga correrá tras de ti para cogerte; de cuando en cuando échate al suelo y arrima a él tu oreja; cuando oigas que está ya cerca, tira al suelo la toalla, que se transformará en un río muy ancho. Si la bruja se tira al agua y lo pasa a nado, tú habrás ganado delantera. Cuando oigas en el suelo que no está lejos de ti, tira el peine, que se transformará en un espeso bosque, a través del cual la bruja no podrá pasar.

La muchacha cogió la toalla y el peine y se puso a correr. Los perros quisieron despedazarla, pero les tiró un trozo de pan; las puertas de una cancela rechinaron y se cerraron de golpe, pero la muchacha untó los goznes con aceite, y las puertas se abrieron de par en par. Más allá, un álamo blanco quiso arañarle la cara; entonces ató las ramas con una cinta y pudo pasar.

El gato se sentó al telar y quiso tejer; pero no hacía más que enredar los hilos. La bruja, acercándose a la ventana, preguntó:
—¿Estás tejiendo, sobrinita? ¿Estás tejiendo, querida?
—Sí, tía, estoy tejiendo —respondió con voz ronca el gato.
Baba yaga entró en la cabaña, y viendo que la chica no estaba y que el gato la había engañado, se puso a pegarle, diciéndole:

—¡Ah viejo goloso! ¿Por qué has dejado escapar a mi sobrina? ¡Tu obligación era quitarle los ojos y arañarle la cara!
—Llevo mucho tiempo a tu servicio —dijo el gato— y todavía no me has dado ni siquiera un huesecito, y ella me ha dado un pedazo de jamón.
Baba Yaga se enfadó con los perros, con la cancela, con el álamo y con la criada y se puso a pegarles a todos.
Los perros le dijeron:
—Te hemos servido muchos años sin que tú nos hayas dado ni siquiera una corteza dura de pan quemado, y ella nos ha regalado con pan fresco.
La cancela dijo:
—Te he servido mucho tiempo sin que a pesar de mis chirridos me hayas engrasado con sebo, y ella me ha untado los goznes con aceite.
El álamo dijo:
—Te he servido mucho tiempo, sin que me hayas regalado ni siquiera un hilo, y ella me ha engalanado con una cinta.
La criada exclamó:
—Te he servido mucho tiempo, sin que me hayas dado ni siquiera un trapo, y ella me ha regalado un pañuelo.
Baba Yaga se apresuró a sentarse en el mortero; arreándole con el mazo y barriendo con la escoba sus huellas, salió en persecución de la muchacha. Ésta arrimó su oído al suelo para escuchar y oyó acercarse a la bruja. Entonces tiró al suelo la toalla, y al instante se formó un río muy ancho.

Baba Yaga llegó a la orilla, y viendo el obstáculo que se le interponía en su camino, rechinó los dientes de rabia, volvió a su cabaña, reunió a todos sus bueyes y los llevó al río: los animales bebieron toda el agua y la bruja continuó la persecución de la muchacha.

Ésta arrimó otra vez su oído al suelo y oyó que Baba Yaga estaba ya muy cerca: tiró al suelo el peine y se transformó en un bosque espesísimo y frondoso.

La bruja se puso a roer los troncos de los árboles para abrirse paso; pero a pesar de todos sus esfuerzos no lo consiguió, y tuvo que volverse furiosa a su cabaña.
Entretanto, el comerciante volvió a casa y preguntó a su mujer.
—¿Dónde está mi hijita querida?
—Ha ido a ver a su tía —contestó la madrastra.
Al poco rato, con gran sorpresa de la madrastra, regresó la niña.
—¿Dónde has estado? —le preguntó el padre.
—¡Oh padre mío! Mi madre me ha mandado a casa de su hermana a pedirle una aguja con hilo para coserme una camisa, y resulta que la tía es la mismísima bruja Baba Yaga, que quiso comerme.
—¿Cómo has podido escapar de ella, hijita?
Entonces la niña le contó todo lo sucedido.
Cuando el comerciante se enteró de la maldad de su mujer, la echó de su casa y se quedó con su hija.
Los dos vivieron en paz muchos años felices.
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