Hay algunas tesis y teorías que dan a la Tierra propiedades
muy diferentes a las del Fuego, el Aire y el Agua. Uno de ellos es Robert Fludd
que fue discípulo de Paracelso.
Según esta tendencia el acto divino de la creación se
representa como un proceso alquímico en el que Dios obtiene del caos tenebroso
los 3 elementos primarios: luz, oscuridad y aguas espirituales. Son estas aguas
el principio de los 4 elementos aristotélicos, de los cuales la tierra es el más
tosco y pesado.
Esta primera tierra Fludd la compara con el sedimento que se
deposita en el matraz durante la destilación alquímica.
Ya en los primeros
albores de la humanidad se afirmaba que todos los cuerpos estaban integrados por la combinación de los cuatro elementos
fundamentales.
Al Fuego lo llamaron
materia radiante.
La Tierra recibía el
nombre de materia solida.
El Aire era la materia
gaseosa o etérea.
El Agua se consideraba
la materia liquida.
Esta diferenciación fue
tomada por la medicina y derivo en la división de los 4 temperamentos o humores
que ya hemos visto anteriormente.
La asociación de los 4 elementos produce de este modo la
diversidad de los cuerpos y los seres repartidos por los 4 reinos de la
naturaleza. De la misma forma la mezcla de los cuatro temperamentos en el
organismo humano viene a formar el carácter fisiológico de cada individuo.
Los cuatro elementos actúan como si fueran filtros de la
energía del Sol, la Luna y los planetas. Son los filtros que gradúan la función
del "yo". La tierra con el cuerpo y la materia, el agua con las
emociones, el agua con la mente y el intelecto, y el fuego con el espíritu y la
intuición.
En el Universo todo es
vibración y los elementos Tierra, Agua, Fuego y Aire no deben interpretarse
únicamente en su sentido puramente material sino conceptual, ya que constituyen
la síntesis de todas las manifestaciones físicas y psíquicas de cada
ser. Nuestra mente puede crear imágenes positivas capaces de anular
estados de ánimo negativos. Ejercítelas con el estímulo visual del aire, agua,
el fuego y la tierra.
Teniendo en
cuenta los elementos, la magia la dividiremos así:
- Magia del Fuego: Poder y Energía
- Magia de la Tierra: Poder de lo
Perenne
- Magia del Aire: Poder de la Mente
- Magia del Agua: Poder del
Sentimiento
Todo cuanto hagamos en
nuestra vida es un ritual y tiene un simbolismo muy personal y cada uno le da
el valor que tiene en su corazón, por ello es importante saber sumergirse en
las profundidades de nuestro propio universo, conocerlo, comprenderlo, amarlo, aceptarlo,
respetarlo, para así sanarlo y entrar en armonía con cada elemento.
El Aire es el viento; desde la
brisa veraniega más gentil a los huracanes y tornados que arrasan el planeta.
Todos los seres vivos necesitan respirarlo de alguna manera.
El
Fuego
es el calor y la luz que emanan del Sol, así como las llamas que alumbran
nuestros hogares o las que se propagan salvajemente y asolan lo que encuentran
a su paso como lo haría un incendio en un bosque. La vida, por supuesto,
necesita la luz y el calor para sobrevivir..
El
Agua
abarca desde una simple ducha hasta un aluvión, así como los arroyos, los ríos,
los océanos o los mares en calma o sumidos en la peor de las tempestades. En su
estado más brutal es el tsunami o la violenta marejada. Y, desde luego, todas las
formas de vida necesitan el agua para sobrevivir.
La
Tierra
son las rocas, las piedras, los guijarros y los minerales, además de la arena
en la que subsisten diversas criaturas; pero es también el terremoto que puede
extinguirnos. Es el medio en el que crecen las plantas y un agente fundamental en
la cadena alimentaria.
El
Espíritu
es la divina y misteriosa chispa de la vida; la diferencia entre algo que vive,
crece y se reproduce o lo que yace quieto e inerte.
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