Un calificativo que siempre me gustó fue el de bruja. Sí, bruja, ¿de qué
os asombráis? Quien piense que con esa palabra me insulta va dado. Creo que a
las mujeres mucho mejor nos va siendo brujas que princesas encantadas
despertadas de la siesta por un desconocido que, sin pedirles permiso, se
adentra en su intimidad con un beso; o jovencitas incautas de sangre real
sirviendo a siete
hombrecitos,
niños eternos, que no saben ni hacerse un bocadillo; o pobres sirvientas
elevadas a la categoría de altezas por su obediencia al horario que, como no
son ya de por sí incómodos los tacones, para colmo van calzadas con zapatos de
cristal.
La bruja es la mujer libre, la que no se doblega y conoce
tanto la naturaleza como su naturaleza, la sabia que ha descubierto el secreto
de buen vivir, la alegre, la gozosa, la plena…, y por eso la peligrosa, la que
había que constreñir, a la que había que cargar con leyendas negras, difamada y
calumniada. Lilith, la diablesa, Thiamat, útero que engulle, Aisha Khandisha,
terrible seductora comeniños.
Por eso, porque somos brujas, subidas en nuestras escobas
para recorrer el cielo de la noche y buscar los arcanos de nuestra existencia;
porque somos brujas, con nuestros calderos en los que a fuego lento hierven
cocimientos de salud y vida; porque somos brujas, con nuestros gatos negros,
rubios o tricolores, fieles amigos libres que entienden nuestra libertad;
porque somos brujas, con nuestros ensalmos y conjuros al amor y a la alegría;
porque somos brujas, somos mujeres fuertes, poderosas, libérrimas, sin miedo…
Somos diosas para dominar a nuestro albedrío fecundidades, y también humanas,
para rompernos y cansarnos, para decir estoy hasta el mismísimo y hasta aquí he
llegado, para pedir tu hombro para llorar y tu oreja para escuchar.
Y es que la bruja no es una super hembra siempre bella a la
manera de los cánones establecidos, sin una arruga ni en la ropa ni en la piel;
ni una máquina infalible que prima eficiente la productividad; pero tampoco una
esposa abnegada dispuesta siempre ya sea en la cocina o en la cama; o la
paridora sin más horizonte que la teta y el parque… La bruja se sabe hermosa en
su imperfección, profesional, pero siempre humana mirando lo humano, compañera
de vida y, llegado el caso, madre amorosa de sus cachorros a los que enseña
desde la cuna el camino de la libertad.
Por eso hoy, amigas mías, mujeres fuertes y libres, quiero
dedicaros esta entrada, a las que me habéis precedido y servido de referente, a
las que hacéis conmigo este camino y tantas veces me servís de apoyo, y a las
que venís detrás: todas las niñas y adolescentes que sois la cantera de nuestro
futuro, porque deseo que nos sintamos cómplices, enredadas, unidas, pues,
aunque mucho hemos andado, mucho queda por recorrer y esa travesía sólo podemos
hacerla juntas.
Texto de Inma Calderón
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